En la mañana de hoy Patricia Roggensack realizó una reflexión en Bandera, en la cual nos enseña que nuestras diferencias e imperfecciones no nos hacen menos valiosos, sino únicos y especiales. Aceptarnos a nosotros mismos y valorar la diversidad en los demás nos permite crecer en plenitud y contagiar al mundo con nuestra autenticidad. Celebremos nuestra singularidad y construyamos juntos un espacio donde todos se sientan amados y aceptados tal como son.
LA REFLEXIÓN DE LA FLORCITA
Érase una vez, en un hermoso jardín repleto de coloridas flores, una pequeña y valiente florcita que estaba creciendo, se rozó con una espina afilada y cortó uno de sus pétalos. Sin embargo, para la florcita, eso era algo normal y no le dio importancia. Vivía feliz así, con su pétalo rasgado, sin preocuparse por lo que los demás pudieran pensar. Hasta que un día, comenzó a notar que las otras flores la miraban con ojos de espanto. Fue en ese momento cuando la florcita se sintió diferente y confundida.
– ¿Por qué las flores me miran así, mamá, con ojos de espanto, fijos en mi pétalo? ¿Por qué es así? – preguntó la florcita.
– ¿Qué piensas tú? – le contestó la mamá. En realidad, la mamá lo sabía, pero no se lo quería decir. Quería que la florcita tuviera el coraje de enfrentarse a las flores vanidosas y aprender a amar sus pétalos.
– Pienso que es porque soy diferente – respondió la flor. Y poco a poco fue quedándose triste, y la tristeza la hizo llorar.
Entonces, lloró y la tierra se asustó terriblemente al sentir caer una gota, una lágrima caliente. Las otras flores no lloraban porque eran tan vanidosas y tan lindas, que no tenían tiempo para sentir. Entonces, al ver que la tierra lloraba, llamó al árbol de nombre Sauce y le susurró al oído: ¡La florcita está llorando! Lloró la tierra y lloró el Sauce. Los pájaros volaron y se enteraron de esto. También lloraron. Lloraron las nubes. Las lágrimas de las nubes mojaron los trajecitos de los ángeles que jugaban alegremente en el cielo y quisieron saber lo que estaba ocurriendo. Y cuando se enteraron de que la florcita lloraba, también lloraron, y ese llanto se convirtió en una lluvia torrencial, como nunca antes había caído sobre la tierra. El sol, siempre amigo y juguetón con la naturaleza, no aguantó y también se puso triste. En lugar de su sonrisa apuntando hacia el cielo, la dibujó hacia la tierra y formó el arcoíris. Cuando la florcita abrió los ojos, se asustó. Todo ese bullicio, todo el mundo llorando, ¿qué estaba pasando? Nunca pensó que sería tan querida.
Su boca se dirigió hacia el cielo y dibujó una hermosa sonrisa. Y esa sonrisa atrajo a bichitos, abejas, que venían a probar de su néctar, un néctar que era más dulce que la miel. Y entonces, todos sintieron por primera vez que la florcita, dentro de su sonrisa, estaba experimentando un gran cambio, una gran transformación. De cómo la tristeza se convirtió en llanto. Del llanto surgió la risa y de la risa,surgió un rico perfume.
La florcita no se olvidó de su pétalo partido, simplemente que desde ese día en adelante, ya no sufría al mirarlo. Le agradaba como a un buen amigo. Había aprendido que creerse mejor que los demás puede hacer sentir muy mal a los demás, y ahora entendía que la verdadera belleza residía en la aceptación de uno mismo y en valorar las diferencias.
“Cada uno de nosotros es único e irrepetible. Cada uno de nosotros es especial”